
Reflejos en el Templo
El deseo y la performance (marica).
Las maneras en que aprendemos a movernos para vincularnos con nuestro entorno, siempre preconfiguradas por sistemas binarios que nos ubican de un lado o del otro de la línea.
Cómo y dónde se desarrolla la performance del deseo?.
El caso marica, frente a la imposibilidad de ubicarse, se genera en lo no conocido (casi prohibido) por lo que se vincula a lo oculto, queda plasmado en lugares donde el acceso es difícil, en espejos cuyo reflejo se borra al mismo momento en que dejamos de mirarnos.
La performance del deseo marica nace para desaparecer, su auto extinción la define.
La serie posiciona el deseo en el reflejo, el templo en el baño (privado o público), y fantasea con una posible no extinción en la memoria del azulejo.










Título: Reflejos 01
De la Serie: Reflejos en el Templo
Técnica: Transferencia fotográfica sobre placas de cemento, pintura acrílica
Tamaño: 148 cm x 120 cm
Año: 2023
Precio: USD 3500


Título: Reflejos 02
De la Serie: Reflejos en el Templo
Técnica: Transferencia fotográfica sobre placas de cemento, pintura acrílica
Tamaño: 148 cm x 120 cm
Año: 2023
Precio: USD 3500


Título: Reflejos 03
De la Serie: Reflejos en el Templo
Técnica: Transferencia fotográfica sobre placas de cemento, pintura acrílica
Tamaño: 148 cm x 120 cm
Año: 2023
Precio: USD 3500


Título: Reflejos 04
De la Serie: Reflejos en el Templo
Técnica: Transferencia fotográfica sobre placas de cemento, pintura acrílica
Tamaño: 148 cm x 120 cm
Año: 2023
Precio: USD 3500


Título: Reflejos 05
De la Serie: Reflejos en el Templo
Técnica: Transferencia fotográfica sobre placas de cemento, pintura acrílica
Tamaño: 148 cm x 120 cm
Año: 2023
Precio: USD 3500



Reflejos en el templo es un apéndice de Puto, La serie.
La obra parte de la performance marica frente al espejo, y desde allí se define su materialidad: imágenes transferidas sobre piezas de cemento, fabricadas en mi taller.
Una imagen insertada en lo que podría ser un revestimiento de baño —espacio íntimo, de transformación, de ritual— trabajada desde el autorretrato y atravesada por objetos cargados de memoria: collares, telas, cinturones rescatados de la casa de mi madre, combinados con materiales descartados de la construcción de una obra en curso: alambres, piezas metálicas, residuos.
Esa conjunción de elementos, plurigénero, se dispone en el límite entre el cuello y la cabeza: un punto de cruce entre el cuerpo deseante y la mente que ordena, controla, limita.
Esa línea —entre lo que se reprime y lo que se expresa— queda expuesta como intención. Como marca.
La técnica también retoma un recurso que aparece en otras obras: la multiplicación de pequeñas piezas que, al sumarse, permiten que la obra crezca en escala.
En este caso, esas piezas están hechas de cemento. Son frágiles, tan frágiles que es posible que se quiebren en algún traslado o montaje. Esa fragilidad no es un accidente: es parte del sentido de la obra.
El cuerpo del puto es un cuerpo históricamente situado en el lugar de la fragilidad. Frente a ese cuerpo, el macho heterosexual ha construido su equilibrio y su poder, ubicando la debilidad como algo a dominar, a diferenciarse.
El cemento —material de construcción, de sostén, de lo duro— se vuelve aquí vulnerable. Y esa vulnerabilidad, lejos de restarle fuerza, se convierte en núcleo del discurso.
Con el tiempo, algunas piezas se romperán. Y la propuesta es que, en el espacio donde se exponga la obra, los fragmentos caídos permanezcan allí, visibles.
Tal vez —y esto forma parte de una utopía— el día en que todas las piezas estén rotas y yaciendo en el suelo, sea también el día en que la performance marica ya no necesite del espejo para reflejar su deseo.